20 Sep Tod@s y todxs ¿Pueden las palabras cambiar la realidad?
La sociedad argentina empieza a visibilizar con más fuerza el repudio hacia la violencia de género y a avanzar en el debate acerca de la real igualdad de oportunidades entre varones y mujeres. Parece haber un consenso social en torno a esto, impulsado también por nuevas leyes -la de matrimonio igualitario, la de identidad de género, por ejemplo- y movilizaciones sociales como la convocada el 3 de junio pasado con la consigna #NiUnaMenos. Pero, ¿cuánto contribuye el lenguaje en esta búsqueda de paridad, de convivencia igualitaria?
Desde hace un tiempo, la presidenta Cristina Kirchner incorporó en sus discursos el «todos y todas» para referirse a la ciudadanía; hay libros de reciente edición que utilizan la @ o la x con la intención de componer palabras sin marca de género; en papers académicos, sobre todo de ciencias sociales, hace años que circulan artículos con esos signos; hay casos de activistas por la diversidad sexual que reemplazan la o de su nombre por una x, y los ejemplos siguen.
Mientras que algunos expertos descreen de la capacidad del lenguaje para producir cambios sociales e incluso se refieren al «todos y todas» como «demagogia vacía», otros especialistas y activistas insisten en que la difusión de palabras sin marca de género y el uso de símbolos evitan el «machismo» que contiene el idioma y, por lo tanto, son una forma de subvertir desigualdades.
El filólogo del Centro de Estudios de la Real Academia Española Juan Pedro Gabino advierte acerca de una confusión de los conceptos de sexo y de género «en un desafortunado afán de buscar en la lengua culpas sobre males que, de existir, sin duda son extralingüísticos». Señala que lo mismo sucede con el empleo del masculino gramatical como «género no marcado», es decir, «aquel que no representa a una sola de las partes componentes de un todo, sino que desbarata la oposición masculino-femenino para conformar un totum integrador».
«Como género no marcado -agrega- el masculino representa por igual a los hombres y a las mujeres por un mero principio de economía lingüística. Y esto no atañe sólo a la lengua española; se trata de un uso generalizado que evita llegar a expresiones molestas y absurdas del tipo de ‘lla ley ampara a todos los ciudadanos y las ciudadanas’, sin que nadie entienda hoy que las mujeres se encuentren desposeídas por razón de sexo de los mismos derechos civiles. Lo que subyace es el principio de economía lingüística, por mucho que existan intereses en hacer ver sexismo en este aspecto de la lengua. El género masculino gramatical como no marcado es algo ajeno a una actitud machista».
En una dirección similar, la lingüista Gabriela Pauer explica que algunas personas, para ahorrarse consignar «todos y todas», «amigos y amigas», se valen del recurso de la @ y la x, lo que considera una moda que mezcla lo lúdico con lo políticamente correcto. «Nuestra lengua castellana ya solucionó ese tema hace tiempo: el plural neutro coincide con el plural masculino. Puedo decir ‘todos’ o ‘amigos’ y abarcar tanto a hombres como a mujeres. La duplicación de lo masculino y lo femenino es innecesaria y, en la mayor parte de los contextos, queda ridícula». Según ella, «cambiar la realidad a partir del lenguaje es posible, pero lleva años y no siempre se consigue. Encuentro más práctico solucionar problemas concretos de discriminación o sexismo, en vez de dejarlo todo en manos de un discurso que acaba siendo pura demagogia vacía».
El umbral de lo pensable
La escritora valeria flores (que pidió ser que se colocaran su nombre y apellido en minúsculas como una forma de intervenir en las reglas del lenguaje y minimizar el nombre propio) también se refiere a la relevancia del lenguaje, pero para plantear un punto de vista distinto. Como activista lesbiana feminista, dice que «el lenguaje organiza el mundo y los cuerpos, construye realidad». Y agrega que los modos de decir son históricos y contextuales y marcan umbrales de lo pensable, de lo vivible, de lo imaginable: «Todo lenguaje constituye un régimen de saber, es decir, moldea nuestros modos de conocer y construye ciertas ignorancias, participando así de los procesos de normalización de cuerpos e identidades».
En ese contexto se enmarca, en su opinión, el uso de la x, de la @, del F/M, del *, como «estrategias de intervención visual, sonora, semántica y política sobre el lenguaje que ponen en cuestión e interpelan el universal masculino, la construcción patriarcal, heteronormativa y cisexista [término que designa a quienes no viven en el sexo que les fue asignado al nacer, como las personas transexuales] de la lengua, que se basa en dividir y administrar en dos el mundo, en femenino y masculino, sobre relaciones de poder asimétricas y jerárquicas».
Cada una de estas estrategias -explica- tiene límites y posibilidades que plantean diferentes desafíos y otorgan existencia a distintos sujetos: «El femenino fue una estrategia para visibilizar a las mujeres y niñas frente al genérico masculino que invisibilizaba y negaba su existencia, aunque sigue atado al binario de género; por otro lado, el asterisco, al no presuponer el género de quien lee, abre la posibilidad a múltiples géneros y causa un temblor en su pronunciación. Cada una de estas tácticas de intervenciones provoca una torsión, con mayor o menor intensidad, en el uso binario de la lengua». Para esta intelectual y militante, el uso del masculino no es un registro neutro, imparcial sino que «implica una toma de posición que está naturalizada y crea una visión del mundo única y totalitaria. El masculino implica una exclusión e impugnación de múltiples identidades: las mujeres, las trans, las travestis, las personas intersex».
Jorge Mux, docente de Filosofía del lenguaje en la Universidad Nacional del Sur, disiente: «Una cosa es el sexo masculino y otra cosa es el género masculino. Las palabras tienen género, no sexo. ‘Luna’ es femenino y ‘sol’ es masculino pero, aunque tengan los mismos nombres que los sexos biológicos, eso no significa que se le esté otorgando sexo femenino a la luna y sexo masculino al sol (es curioso, también, que en alemán sea al revés: der Mond, luna, es masculino y die Sonne, sol, es femenino)».
El creador de Exonario, un libro que consigna nuevos y creativos vocablos, cuestiona a quienes se refieren a una «sobrerrepresentación de lo masculino» en el lenguaje. «La cantidad de palabras masculinas y femeninas es bastante equilibrada en el idioma español. El género ‘subrepresentado’ (si cabe decirlo así) es el neutro, no el femenino. Por otra parte, las palabras por sí mismas no representan nada: son las personas quienes representan algo con esas palabras». Y ejemplifica: «No existen palabras discriminatorias ni insultantes; el insulto y la discriminación nacen con el uso que hacen las personas de esas palabras. Por eso, cambiar las palabras o cambiar su género es una tarea que no me parece muy prometedora si con ello se pretende desterrar un supuesto componente sexista en el lenguaje».
Para el filólogo Gabino, el empleo de la @ o la x para integrar a hombres y mujeres como mero procedimiento gráfico puede tener alguna utilidad en carteles y en otras manifestaciones pictóricas o iconográficas, pero no más. «Muy probablemente esos símbolos no tengan gran recorrido, pues los diccionarios apenas pueden darles cabida a formas como @ más que en la lista de símbolos no alfabetizables. Por otra parte, se conforman con ellos formas impronunciables, cuya dicción resulta imposible. Sería paradójico comenzar a llenar los diccionarios de formas con símbolos que no permiten, precisamente, su dicción».
Mux señala que todas las lenguas son flexibles para incorporar nuevos vocablos, de hecho una gran parte de la vida de los idiomas consiste en eso: «El español (y yo diría que casi todos los idiomas) ha adquirido una gran flexibilidad en las últimas dos décadas, con la masividad de Internet y las redes sociales. No sólo se han incorporado sin problemas una gran cantidad de nuevas palabras, sino que también se han agregado muchos términos que provienen del inglés y de las nuevas relaciones generadas por la informática». Sin embargo, respecto de la @ y la x, observa que se usan en contextos muy reducidos y, en general, en textos de personas que luchan por los derechos de las minorías de género. Aclara que si se generalizara el uso de palabras con @ y x podrían formar parte del diccionario de la RAE, pero hay que tener en cuenta que los términos que contuvieran esos signos no serían nuevos, sino viejas palabras con un signo nuevo.
Por su parte, valeria flores afirma que algunos de esos usos (por ejemplo, el hablar en masculino y femenino) ya se han convertido en normas de uso a nivel institucional. Pero aclara que esa modificación, que ella considera una conquista del feminismo, aún requiere de batallas cotidianas para que se implemente masivamente: «Es preciso desarrollar una tarea política más profunda. A veces, su inmediata institucionalización desactiva la fuerza política de extrañamiento con la que surgen ciertas disrupciones en el lenguaje».
El activista español Pablx Costa Wegsman da un ejemplo que va a fondo con esto: incorporó la x en su nombre. «Para hacer uso del lenguaje inclusivo, hace mucho que uso @ y x, pero empecé a cuestionar mi propia identidad de género, ya que no encajo en los estereotipos de hombre ni de mujer; comencé pues a usar la x para referirme a mí mismo, escribiendo cosas como ‘contentx’ o ‘cansadx’. Hace poco me di cuenta de que mi nombre no representaba la condición de género que siento, ya que Pablo es, definitivamente, un nombre de hombre. Como llevo 45 años con él y tampoco creo que deba usar uno de mujer, pensé que cambiar la o, que tiene una connotación totalmente masculina, por una x mostraría mejor mi identidad de género».