Y mucho más de lo mismo: Gramática para iletrados

Y mucho más de lo mismo: Gramática para iletrados

Y MUCHO MÁS DE LO MISMO: GRAMÁTICA PARA ILETRADOS

Lillian Calm escribe: “Me reía solo de suponer que las parlamentarias de la Comisión de Mujer y Equidad de Género que patrocinaron esta atrocidad, según ellas para revertir el predominio masculino en el lenguaje, deberían llamarse unas a otras ‘honorablas’. Pero el tema es más de fondo: por un lado esto implica un gasto enorme y no solo en el costo del cambio de membretes, papelería y demases”.

Nunca siquiera imaginé que mi columna de la semana pasada, esa que titulé “Gramática para iletrados”, fuera a suscitar tantas reacciones. Y ello me preocupa. ¿No será que nuestro Poder Legislativo está cayendo en más sandeces de las que imaginamos? Simplemente me refería a una: a la implementación de una reciente moción aprobada por la Comisión de Régimen Interno de la Cámara. ¿Su objetivo? Que la corporación cambie su nombre de “Cámara de Diputados” a “Cámara de Diputados y Diputadas”.

Me reía solo de suponer que las parlamentarias de la Comisión de Mujer y Equidad de Género que patrocinaron esta atrocidad, según ellas para revertir el predominio masculino en el lenguaje, deberían llamarse unas a otras “honorablas”. Pero el tema es más de fondo: por un lado esto implica un gasto enorme y no solo en el costo del cambio de membretes, papelería y demases. Hay otro costo que no es económico y al menos gravísimo para mí, defensora desde siempre del idioma: el de la ignorancia idiomática de quienes no solo presentaron la moción sino de quienes la aprobaron.

Para ello reforzaba mis argumentos con las advertencias que ha entregado por doquier la Real Academia Española sobre el uso correcto del idioma, difundidas desde un tiempo a esta parte por los más diversos medios y en que subraya que “la mención explícita del femenino solo se justifica cuando la oposición de sexos es relevante en el contexto”, y destaca como mal empleados los “todos y todas, los ciudadanos y las ciudadanas, los niños y las niñas”, de los que estamos hartos.

Para reforzar lo anterior en esa columna yo citaba la carta abierta de una profesora que no se identifica pero que titula su aporte “Y… vamos con la Gramática”. Ridiculiza refiriéndose al pediatro, el pianisto, el golfisto, el proyectisto, el turisto, el contratisto, el paisajisto, el taxisto, el artisto, el periodisto, el taxidermisto, el telefonisto, el masajisto, el trompetisto, el violinisto, el maquinisto, el electricisto, el oculisto, el policío del esquino y, sobre todo, el machisto.

Y advierte que no es lo mismo tener  “UN CARGO PÚBLICO” que ser “UNA CARGA PÚBLICA”.

Fueron tantos los comentarios que recibí sobre el tema que anoto algunos:

Una profesional de la gramática me escribe: “Al fin alguien se da cuenta de que  los hombres nos han robado la ‘a’, nuestra femenina ‘a´ . Por qué vamos a permitir que taxistas, dentistas, violinistas, futbolistas, golfistas y tantos otros nos roben la ‘A’ y encima sean calificados de machistas”.

Por su parte un remitente con mucho sentido común anota: “A veces se llega a pensar que las ideas de algunos y digamos también de algunas son tan escasas que necesitan alargar sus intervenciones y argumentos dirigiéndose a todos y a todas, a los adultos y a las adultas, a  hombres y a  mujeres, a  jóvenes y a las jóvenes?, a los niños y a las niñas, etc”.

En tanto una educadora comenta: “¿Ha visto algunos textos escolares de hoy?  Los hay que dan horror o risa.  No es raro encontrarse con frases como esta: «Los profesores y las profesoras deberán indicar a los alumnos y a las alumnas que deben entrevistar a vecinos y vecinas acerca de tal tema…”.

Un abogado ya con décadas de profesión me señala: “Advierto que  el Poder Judicial esta con la misma estupidez. A modo de ejemplo hablan de fiscala en vez de fiscal,   por lo tanto el masculino debiera ser fiscalo, y en el caso del juez, debiera ser juezo, pues el femenino es jueza”.

Debo reconocer que una persona me escribió: “No sacamos nada”. Pero pienso que nunca debemos perder la esperanza.

Parafraseando al mítico Manuel Rodríguez, que nada tiene que ver en esto, me gustaría gritar: “Aún tenemos idioma, ciudadanos”.

Lillian Calm